Es, tal vez, uno de los más “suaves” recuerdos del protagonista de la novela testimonio El niño de la Casa Amarilla, del escritor serbio Saša Milivojev.
Lejos de reproducir el cuadro completo, la obra presenta apenas un fragmento de las horripilantes atrocidades cometidas por terroristas albaneses en Kosovo antes y después de la agresión de la OTAN contra Yugoslavia. Su personaje central, un niño serbio de doce años, secuestrado a plena luz del día, por poco se convierte en víctima de un trasplante ilícito de órganos en la tristemente célebre Casa Amarilla, en el norte de Albania, donde fueron asesinadas al menos trescientas personas, mayoritariamente de origen serbio. De acuerdo a muchas fuentes fidedignas, sus órganos y tejidos fueron vendidos al exterior enriqueciendo a la jefatura del terrorista Ejército de Liberación de Kosovo.
Entre los medios de comunicación nacionales, La Voz de Rusia parece ser el primero en publicar extractos de El niño de la Casa Amarilla.
“Sentí el olor a cloro, un olor extraño, propio de hospitales y fármacos. Se abrió la puerta y quedamos un momento enceguecidos por la intensa luz que venía del quirófano. Ví a los médicos sacando algo con enormes, gruesas jeringas a una persona tumbada en la mesa. Yo era muy pequeño, tenía mucho miedo y no sabía lo que estaba pasando. Esa infernal imagen no deja de acosarme. Ví como cortaban con sierra un cadáver. Como lo envolvieron en una sábana y una gruesa película de polietileno. Llegaron unos muchachos y se llevaron el cuerpo desmembrado. Me dió susto, pensé que iba a ser el próximo en ir al quirófano, pero no solté ni una sola palabra por temor a El Calvo que me tenía apuntado con su pistola. Como yo estaba muy débil a causa de una hepatitis aguda e ictericia, me dejaron provisionalmente en paz para que me recuperara un poco antes de comenzar a sacarme órganos. Por fin, pude huir de esa maldita casa llevándome conmigo el horror de la muerte”.
El autor de El niño de la Casa Amarilla, Saša Milivojev, contó a La Voz de Rusia en qué está basado ese libro, cuyo protagonista logra huir del hospital salvándose la vida:
- Al estudiar la lista de desaparecidos y secuestrados en Kosovo, encontré numerosos testimonios sobre el terrible destino de las víctimas. Eran mil ciento veinte y ocho personas, entre ellas, mujeres, niños y sacerdotes. Todos desaparecieron sin dejar huella alguna. Al recopilar material para la novela, conversé con testigos presenciales y familiares de las víctimas desaparecidas en Kosovo. El autor de una obra literaria puede hacer uso de la imaginación, recurrir a la ficción. Pero en este caso no era necesario. Bastaba con lo que me contó la gente de los hechos reales, de su pasado atroz. Lo ví todo como en una pantalla de cine. No fuí yo quien inventó la guerra de Kosovo. Sé muy bien lo que son los bombardeos aéreos, porque me tocó vivir uno en carne propia, en 1999, en relación con el “caso Račak”, cuando a los serbios se les acusó sin fundamento alguno de haber cometido una masacre de albaneses en dicho pueblo. Fue la OTAN la que bombardeó a los serbios y dió su visto bueno a los albaneses para que nos echaran y nos mataran y crearan en nuestro territorio un Estado criminal con el dinero proveniente del robo de materias primas y el tráfico de órganos extirpados a civiles secuestrados. El que trata de silenciar el problema de los trasplantes ilícitos de órganos en los Balcanes, se protege a sí mismo o a alguien más de un juicio o la infamia mundial.
Con El niño de la Casa Amarilla buscó demostrar a la comunidad internacional que no somos “el pueblo más genocida del mundo”, como nos tratan de presentar. La Fiscalía de Serbia debe hacer públicos los datos de las fosas clandestinas que posee, tal como lo hizo al publicar las declaraciones de su testigo protegido, excombatiente del Ejército de Liberación de Kósovo, sobre la extirpación del corazón a un serbio vivo. Ésta es la única posiblidad para comprobar los hechos de genocidio cometidos contra serbios.